No soy muy fantástica nadando, tengo mi propio estilo, soy autodidacta, me enseño un poco mi padre cuando era muy pequeña. Él era un gran nadador y en cierta ocasión le estaba mirando venir hacía mí en una roca, cuando llegó a mi lado me dijo...¿Te gustaría nadar conmigo? y sin mediar palabra me tire. Tuve la sensación de hundirme muy hondo, pero sus brazos fuertes me agarraron y me vi flotando, en ese momento empecé a nadar.
Me encanta nadar en el mar y sentir las olas acariciándome, es una experiencia increíble y liberadora, me siento como se debe sentir un delfín deslizándose por el agua. Suelo adentrarme hasta que siento que tengo que dar la vuelta sin apurar mucho y no cansarme demasiado.
La ingravidez en el agua puede hacer sentir que eres libre y ligero, como si estuvieras flotando en el aire. Creo que es relajante y terapéutico. Pero mi problema es que sólo me gusta nadar en el mar, no me gustan las piscinas, sobre todo si hay mucha gente, no quiero que me salpiquen ni que me tenga que apartar para hacer sitio, así que aunque me gusta mucho nadar, suelo ir solo con el buen tiempo en el mar, así que como se acerca el otoño me quedan pocos días de disfrutar del agua.
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